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Febrero 2023

CONSTRUIR

Siete, diez patos
en todas direcciones.
Se hace de noche.

DECONSTRUIR

Fue el otro día, paseando cerca de la ribera del Tajo, en Talavera, a la hora del crepúsculo cuando, sobre mi cabeza, apercibí una bandada de patos en vuelo bajo que, inesperadamente, rompieron la formación para separarse en grupos pequeños, de dos, cinco, diez, etc., y, quebrando la dirección de su vuelo, lanzarse de varias direcciones.

Fue hermoso verlos, en apresurada busca de un lugar del río donde pasar la noche en ciernes. Y a esa hora mágica en que se abrazan el día y la noche.

Como todos los haikus, este me pareció un ejemplo de la vivencia del ahora. Y del aquí. En eso consiste, a mi entender, la esencia del haiku.

El otro día, un amigo poeta y buen escritor conquense, Antonio Lázaro, publicó un artículo en el Cultural del ABC de Toledo con esta cita:

«Borges, a sus 85 años, dijo que si viviera otra vez dedicaría más tiempo a contemplar los crepúsculos. Y que viviría más el presente, sin la losa constante del futuro y sus miedos. “De eso está hecha la vida, solo de momentos. No te pierdas el ahora”».

Crepúsculo y ahora fundidos en diecisiete sílabas desparramadas, como los patos en ese momento, en varias direcciones.

He preferido, en el tercer verso, “Se hace de noche”, a “Cae la noche”, que también reuniría cinco sílabas. Mi elección me pareció más depurada y natural, que la otra, más retórica e, indudablemente, más poética de “cae la noche”. Bueno, me pareció que hasta los patos, protagonistas de estos versos, la hubieran elegido también, vamos.

Evidentemente, no recuerdo si eran siete o diez patos, pero sí, como dije antes, que eran grupos pequeños. Esos dos números los he elegido simplemente porque me cuadraban para reunir las cinco sílabas. Es un artificio. Artificio en el cómputo silábico, y naturalidad. El buen matrimonio, que debe estar siempre bien avenido, del haiku.

Hablando de aves que vuelan, mi haiku de este mes de febrero me recuerda un famoso tanka (poema corto) de la más venerada de la antologías poética de Japón, el Kokinshū. Es un poema también vívidamente visual, igualmente provisto de numeración de aves, y con remate final alusivo a la noche. Este bello poema expresa de maravilla,  así al menos lo interpreto yo,  la nostalgia que siente el poeta en otoño al ver el vuelo de los gansos, uno de los motivos favoritos del otoño en la poesía clásica japonesa.

Pero el segundo verso, si volviera a traducirlo, no me gusta: una metáfora algo intrusa en la transparencia de esta imagen. Más sencillo y fiel al original, hubiera sido traducir este segundo verso como “entre las nubes blancas”. Ahí va el poema japonés con su versión de hace quince años publicada en El pájaro y la flor (Alianza Editorial):

Shiragumo

Hane uchiwakashi

Tobu kari no

Kazu sae miyuru

Aki no yo no tsuki

 

白雲

羽うちわかし

飛ぶかりの

かずさえ見ゆる

秋の夜の月

 

Las alas juntas

Y entre algodones blancos

Vuelan los gansos.

Uno, dos… ¡qué bien se cuentan!

Clara luna de otoño.

Todo es posible en el agua

           Leyendo a Bachelard, el gran soñador, me reencuentro gozosamente con el agua, pues -como él dice- “quizá más que cualquier otro elemento, el agua es una realidad poética completa”, un ser total, con cuerpo, alma y voz. “Los arroyos y los ríos sonorizan con una extraña fidelidad los paisajes mudos…, las aguas ruidosas enseñan a cantar a los pájaros y a los hombres, a hablar, a repetir, y hay continuidad, en suma, entre la palabra del agua y la palabra humana. (…) «el agua es la señora del lenguaje fluido, del lenguaje sin choques, del lenguaje continuo, continuado, del lenguaje que aligera el ritmo, que da una materia uniforme a ritmos diferentes».  El agua es vida y da vida. Paraíso y oasis, pero también alma de la sequedad.

                     En la memoria personal se arremolinan imágenes y sonidos relacionados con el agua: en el Camino de Santiago, junto a San Juan de Ortega, un manantial -tan milagroso como el rayo de sol que ilumina, cada equinoccio, el capitel de la Anunciación-; y en Noruega, el bellísimo fiordo de la Luz. En Grecia, evoqué el murmullo adivinatorio del manantial de Dodona y bebí el agua inspiradora de la fuente Castalia, y al otro lado del mar, en Sicilia, recordé a Aretusa, la ninfa acosada por el río Alfeo y convertida en fuente por Artemisa, “la que hiere de lejos”. En Kioto, subí a la colina del Kiyomizu para beber el agua pura de la cascada Otowa… Pero siempre retorno a la niñez: a la contemplación de las lluvias descolgándose por los canalones; al molinillo de junco que sigue girando entre dos piedrecillas, día y noche, en la corriente de un regato; y, sobre todo, al sonido del agua, invisible pero cercana, del “Soliloquio”:

                “…Esa fuente de la plaza ha dejado en tu vida un hondo regalo: su rumor. Desde la cama, en altas horas de la noche, lo oías en su delirio –escalofrío de la soledad, palabra nocturna que repite la misma indescifrable leyenda monótona y que tiene, en esa misma monotonía, inflexiones que van desde el abatimiento hasta la exaltación–. Era a veces el viento que soplaba desde la horca del puerto, ese airazo que viene de arriba y parece arrancar de cuajo la vida, azotándola o estrellándola contra los muros para dejarla luego más despierta, más libre, más esencial, más purificada. Venía entonces el rumor como sobresaltado, como si lo quebrasen de repente, perdiéndose. Sonaba un portazo y la hojarasca atropellándose como si rodara con menudos pies. O era, pasada la medianoche, una mujer de luto que salía con el cántaro. El rumor se interrumpía entonces y después arrancaba distinto en el gorgoteo, con una sonoridad fresca, hueca, creciente, hasta hacerse hilo ahogado, altísimo ya en el rebose. El murmullo cambiante del agua cautiva te daba –a lo lejos– la medida y la figura del cántaro, te decía al oído si era de barro viejo o de latón, diseñaba su vientre o su cuello, iba dibujando para tu atención fascinada el nivel que iba alcanzando el agua dentro. Sonaba un golpe en el brocal y el rumor volvía a ensimismarse como borracho de sus soledades. Y sentías como una nostalgia del futuro, de la vida de todos revuelta con el enigma de tu propia vida. Arropado con ese murmullo, con las estrellas, con los muertos…”

                Siendo el agua en sí misma una realidad poética completa, inspira y aviva la ensoñación. “Soñando cerca de un río -vuelve a decirnos Bachelard- he consagrado mi imaginación al agua, al agua verde y clara, al agua que pone verdes los prados. No puedo sentarme cerca de un río sin caer en una profunda ensoñación, sin volver a encontrarme con mi dicha… No es necesario que sea el arroyo de uno, el agua de uno. El agua anónima sabe todos mis secretos. El mismo recuerdo surge de todas las fuentes…” De la horaciana fuente Bandusia –“más resplandeciente que el cristal”-, a las “corrientes aguas puras, cristalinas” de Garcilaso; del rumor de los arroyuelos en el campo -que tanto le gustaba oír a Santa Teresa-, a la enigmática certidumbre de San Juan de la Cruz: esa “fonte que mana y corre / aunque es de noche…” Todos los poetas del mundo cantan a esa criatura maravillosa: el agua viva en sus interminables metamorfosis (mar, río, estanque, lluvia, rocío, bruma, aguanieve, neblina…). En el haiku japonés -tan sensible, tan sabio-, el agua tiene una presencia inagotable. Está en el poema más famoso de Bashô, el de la rana y el estanque (graciosamente parodiado por Ryôkan), y en una posible antología, que sería infinita, con todas las imágenes posibles: aguas profundas que se disputan el frescor; aguas turbias que fluyen bajo las flores de cerezo; la penetrante melancolía del aguanieve; las venas de agua y los distintos verdes de los arrozales; la delicia de atravesar el arroyo con las zapatillas en la mano; el ruido de la cascada que cae al mar en una noche fría… Y al final, como intenso resumen, la vitalidad de Santôka. “sintiendo el cerco de la muerte, ¡qué buena está el agua!”

                Pedro Salinas contempla el “azul, quieto, mar de julio” y siente que está vivo, que quiere la tierra entera, a no ser por “la rosa / frágil, de espuma, blanquísima, / que él, a lo lejos se inventa”. De Salinas es este verso prodigioso: “Todo es posible en el agua”. El regante del Generalife, que lleva treinta años escuchando el agua, le dice a Juan Ramón Jiménez: “Figúrese usted las cosas que ella me habrá dicho…” Gochiku, un poeta japonés del siglo XVIII, lo había expresado mucho antes:

“larga es la noche:

el agua dice todo

lo que yo pienso”.

***

 

Cafetales (parte 2)

Aguardando
la luna nueva 
Grillos del cafetal

Asoleadero*:
los granos de la pepena**
cubiertos de moho

*asoleadero: terreno o patio para secar los granos del cafeto.

**de pepenar: recoger los frutos de cafeto caídos durante el corte, para secarlos sin despulpar.

Jorge Moreno Bulbarela «Jor»

Café recién hecho.
Unas campanas lejanas
tocan a muerto

Isabel Rodríguez “Isa”

 

Entre el cafetal
la palma derribada
llena de santanillas

Lázaro Orihuela «manglerojo»

 

Pilón de jiquí*
Por el batey el golpe
de la macana**

*Cuba. Tronco vaciado para triturar café.

**Cuba. Garrote pesado de madera dura.

Idalberto Tamayo

 

Trinan los zenzontles
La neblina cubriendo
cafetos en flor

Jaspe Uriel Martínez «Ajenjo»

Febrero 2023

EL MÁS POÉTICO

De las diferentes versiones de este poema:

umi kurete

kamo no koe

honoka ni shiroshi

 

escojo la de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya:

 

El mar ya oscuro:

Los gritos de los patos

ligeramente blancos

 

Generalmente se hace una lectura poética de este texto, la mezcla de las percepciones sensoriales se toma como si fuera una figura literaria: la sinestesia. El poeta José Muñoz Cota me decía: “no percibo el color de las voces, pero intuyo que sí lo tienen”. Cierto, muy cierto. Este haiku se lee poéticamente, pero también es posible una lectura al pie de la letra. Hay personas, como el entrañable compañero Arcángelo, que tienen la capacidad de ver el color de los sonidos.

 

EL MÁS SUGESTIVO

También goza de fama este haiku:

kaareda ni

karasu no tomarikeri

aki no kure

 

Sobre la rama seca,

un cuervo se ha posado;

tarde de otoño.

 

Así lo traduce el Maestro Rodríguez-Izquierdo, y señala que es el punto de partida del principio de comparación interna, una técnica de mayor reticencia que la metáfora. Esta forma de escribir es como un esfumado de la expresión metafórica y hace que el lector participe en el hallazgo de las similitudes o las diferencias. Las figuras literarias, en general, deforman lo que nombran, son una especie de caricatura esteticista difícil de apreciar para una mente ingenua y veraz. Recordemos el comentario que hizo un muchachito japonés al leer aquel verso en que Li Po afirma que su cabello cano tiene mil pasos de longitud, y que despertó la simpatía de Arthur Waley: “es la más descarada de las mentiras”.

 

EL MÁS IMPACTANTE

El primer impacto que recibimos de este haiku fue el sonoro:

araumi ya

sado ni yokotau

amanogawa

 

No faltaron compañeros que, en el patio de la escuela, imitando las artes marciales se ponían en guardia al grito de ¡araumi ya!

De las versiones que se han dado destaco las siguientes:

 

Un mar bravío.

Y, tensa sobre Sado,

la Vía Láctea.

(Antonio Cabezas)

 

un mar revuelto:

sobre la isla de Sado,

la Vía Láctea

(José Ma. Bermejo)

 

Tendido fluye

del mar bravo a la isla:

río de estrellas.

(O.Paz y E. Hayashiya)

 

El mar salvaje,

junto a la isla de Sado,

vuelo de naves

(Nuria Parés)

 

   La versión que da Nuria Parés, posiblemente de una traducción francesa, es una maravillosa visión surrealista, digna de ser acompañada de una acuarela.

   La de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya, lírica, sugestiva, y el último verso, todo un acierto que, de ser recitado a Abd-ul-Wahab, le haría gritar: ¡olé! antes de desmayarse como lo hizo al escuchar los versos de Abenámar, según cuenta Federico de Shack.

   Las sobrias traducciones de Antonio Cabezas y José María Bermejo, permiten sentir la impresión del mar picado en contraste con el Río del Cielo.

EL MÁS INGENIOSO

Nuria Parés nos dice que el haiku más antiguo de Bashô que se conserva es uno que escribió a los trece años de edad, cuyo valor está fincado casi exclusivamente en el ingenioso juego de palabras, cosa que considera un defecto de su época. Sin embargo, Donald Keene, en La literatura japonesa, se refiere a los retruécanos de manera distinta, ya que se utilizan en la técnica del kakekotoba o “palabra eje”, uno de los rasgos más característicos del verso japonés. Y presenta ejemplos de retruécanos trágicos en las estrofas del teatro Nô.

   Los toponímicos también se prestan para manejar el recurso de la “palabra eje”, y el autor de Sendas de Oku lo usa en los versos del final de esa obra.

hamaguri no

futami ni wakari

yuku aki zo

Aunque se juzga intraducible, Antonio Cabezas, en una de sus versiones intenta el recurso de la palabra eje.

Como la almeja

en dos valvas, me parto

de ti con el otoño.

LOS PRIMEROS HAIKUS

Cronológicamente, los haikus de Bashô, al igual que Jacob, no tienen la primogenitura. Según Antonio Cabezas los primeros textos de este género serían los de Onitsura. En este caso es posible hacer un paralelo con la filosofía para juzgar salomónicamente: el fragmento de Anaximandro es el primer texto filosófico, aunque carece de la trascendencia del poema de Parménides.

LA IMPORTANCIA DE UN HAIKU

El poema del salto de la rana puede considerarse como el mito fundador del haiku, y, en tanto mito, es un mediador que resuelve una contradicción: la del cambio y la permanencia, los dos principios de la estética de Bashô. He ahí su importancia.

Montañas y ríos

Una conocida expresión de la tradición zen dice: “Antes de conocer el zen, las montañas eran las montañas y los ríos eran los ríos. Cuando comencé a estudiar el zen, las montañas ya no eran las montañas ni los ríos eran los ríos. Cuando al fin comprendí la esencia del zen, las montañas son las montañas y los ríos son los ríos.”

Parece que lo esencial de la vida responde a la misma apreciación. Los seres humanos solemos perdernos, dar vueltas y desvíos hasta llegar a estar totalmente confundidos.

El haiku, como el zen, es un retorno a lo esencial. Nada nos hace falta, nada nos sobra. Buscamos inútilmente un tesoro donde nunca podremos encontrarlo. La joya preciosa no está en un lugar lejano o desconocido. Nunca cesa de brillar en nuestro propio corazón.

Recuperar la capacidad de percibir directamente, sin obstrucciones ni distorsiones, sin engaños ni manipulaciones, desnudos, desprevenidos, con sencillez y humildad, como el niño que nunca dejamos de ser, ese es el camino del haiku:

¡Las montañas son las montañas, los ríos son los ríos!

algazara

dos guacamayas

en el techo de la casa

·

sin ruido…

una tras otra cae

gota de rocío

Foto: Cañón del Río Cauca (Antioquia, Colombia), Luis Bernardo Cano

 

Febrero 2023

En el segundo mes del año les traigo un haiku con mucho humor, no sólo en el poema en sí, sino también en la inspiración que tomó el maestro Bashou.

El kigo de primavera ―temporada que en el calendario lunar iba desde el primer al tercer mes del año― utilizado en este haiku 猫の妻 “neko no tsuma, la esposa del gato”, está relacionado con 猫の恋 “neko no koi” o “amor de gatos”, que describe los maullidos de un gato en celo en temporada primaveral llamando a la gata; esa es la “esposa del gato”. Este kigo es un tópico muy utilizado, por ejemplo, por Shoumon, discípulo de Bashou. “Neko no koi”, y por extension “neko no tsuma”, son un tema propio del haiku. Su equivalente en el lenguaje del waka ―poesía clásica, sobre todo, pero no exclusivo, el tanka― es el termino 妻恋ふ鹿 “tsuma kofu shika” o “el ciervo que ama a su esposa”.

猫の妻へつゐの崩よりかよひけり

neko no tsuma hetsui no kuzure yori kayohikeri

la gata iba y venía a través de la fisura en la cocina

La inspiración de este irreverente haiku es una situación que aparece en el Ise monogatari, considerado el primer uta monogatari ―antología poética cuyo trasfondo está escrito en prosa― de la literatura japonesa. Dado que muchos de sus episodios y poemas pertenecen o están relacionados con Ariwara no Narihira (825-880) se le atribuía la autoría a este poeta, pero estudios historiográficos y sociales han llegado a la conclusión de que no es posible que el texto íntegro haya sido escrito por él, y, por tanto, en la actualidad se publica como de autor anónimo.

En la sección 5 aparece la frase 「むかし、男ありけり。…築地の崩れより通ひけり。」 “Mukashi, otoko arikeri… tsuihidji no kuzure yori kayohikeri.” En español: “Hace tiempo había un hombre… iba y venía a través de la fisura en el muro”. El detalle de pasar por el muro destruido tenía el fin de evitar la entrada principal para rehuir la intervención de la familia de la dama en cuestión. Es esta frase la que toma Bashou para los versos segundo y tercero, cambiando el muro por una cocina tradicional a leña o carbón, y al noble Narihira que iba a visitar a la futura emperatriz a escondidas, por el gato. Así como este galán del siglo IX causaba estragos en la corte de Heian, los gatos que se persiguen amorosamente en la cocina provocarán un caos similar. Humor e irreverencia literaria, muy propia del haiku.

Un par de datos complementarios: en el poema se utiliza へつゐ “hetsui” que es lo mismo que 竃 “kamado”, y se refiere a una cocina tradicional con una base de adobe y un recipiente de metal, que se alimentaba de leña o carbón. Y finalmente, como se habrán dado cuenta, este haiku es de metro roto, ya que, en vez de los habituales 17 sonidos, tiene 19.

Y con este romance gatuno, que espero les haya divertido e informado, me despido por este mes, esperando todos tengan un maravilloso febrero, lleno de hermosos haikus. ¡Hasta la próxima entrega!

Cafetales (parte 1)

Ocaso…
En el cafetal
la neblina.

Esteban Sánchez «estebansa.iearm»

Cafetos en flor
El hombre destusa
al gallo fino*

*Gallo de pelea.

Mayra Rosa Soris «Diáfana»

Noche nublada,
ronchas de tlazahuates*
en las ingles

*tlazahuates: ácaros de los cafetales.

Jorge Moreno Bulbarela «Jor»

 

hojarasca –
en el cafetal
se revuelca una culebra

Cáscara de cigarra
prendida al tronco –
un chirrido en las frondas

Jorge Moreno Bulbarela «Jor»

Café de olla
El vendedor de pájaros
entre la niebla

Jaspe Uriel Martínez «Ajenjo»

Enero 2023

CONSTRUIR

Abandonada,
una silla de plástico.
Uno de enero.

DECONSTRUIR

Los comentarios del “Deconstruir” de este mes bien podrían llevar, conjuntamente, el título de “El haiku y la belleza”, un buen tema para una sabrosa charla.

Estamos habituados, en el canon literario occidental, a asociar poesía y belleza, no obstante reconocidas voces heterodoxas de ciertos poetas (Arthur Rimbaud, Gottfried Benn y otros). En el haiku japonés no se asocian ambas realidades. En este sentido, como en varios otros, el haiku es, ni más ni menos, “antipoesía” o, en términos más concretos, es la poesía de la vulgaridad, de la fealdad, de la frivolidad, de la obscenidad, hasta de la suciedad (y que los kami me perdonen). O, mejor dicho, el haiku puede representar todo eso, y, sin embargo, seguir siendo haiku.  Al haiku del humor, por otro lado, lo encasillamos en el subgénero del senryū.

Pongamos el ejemplo de “Construir” de este mes de enero. El día 1, el día más auspicioso del año si los hay, al pasar al lado del patio de una casa abandonada, reparé en una silla de plástico tirada en el suelo. Todo en el patio sugería descuido, fealdad, suciedad. Y el plástico, material cada vez más denostado por cuantos tenemos responsabilidad ecológica, hasta había perdido su color blanco por haber estado largo tiempo a la intemperie. Saqué una foto de la escena porque “reparé” en esta fea silla.

Y me hice vidente, y compuse estos versos. ¡«Nada menos adecuado para empezar el año, un uno de enero, que un haiku semejante», puede pensarse! Y, con razón, tal vez, pero el haijin no conoce adecuaciones a la artificiosidad de tiempos, calendarios y festividades. El haijin es espontáneo e inocente.

Un ejemplo opuesto. He esperado varios días para disponer de él en versión gráfica. Es la escena de una hermosa puesta de sol en una playa de la costa gaditana donde estoy pasando estas fechas de Reyes. 

¡Qué bonita puesta de sol! ¿verdad? ¿A qué merece un haiku? No estoy de acuerdo. ¿Por qué va a merecerlo? ¿Porque evoca belleza? ¡¡¡ No es razón digna para un haiku, señor mío!!!  Es mi opinión, claro está.

El haiku de esta bonita escena de la playa y las nubes podría ser algo como este:

Al infinito
el sol que declina.
Tarde de enero.

 Lo siento por si a algún amable lector de El Rincón hallara agrado en este haiku, pero yo prefiero mil veces el haiku de la silla, el  haiku que evoca fealdad.  La fealdad transfigurada, claro está, con la varita mágica de la inspiración, iluminada por el destello de un no sé qué. Y, expresado con inocencia. Esto es el haiku.

Si no, ahí están los maestros. ¿Es que Bashō vio algo bello en una vulgar rana que saltaba en un viejo estanque o en las encías frías de un pez muerto? Sin embargo, ¡qué sublimes haikus compuso sobre uno y otro motivo.

Adjunto fotos de una y otra escena: de la bonita (la puesta de sol sublime) y de la fea (la sucia silla de plástico tirada en el suelo). Feliz año a los lectores de El Rincón del Haiku.