Archivo de la etiqueta: Haikus

Cafetales (parte 1)

Ocaso…
En el cafetal
la neblina.

Esteban Sánchez «estebansa.iearm»

Cafetos en flor
El hombre destusa
al gallo fino*

*Gallo de pelea.

Mayra Rosa Soris «Diáfana»

Noche nublada,
ronchas de tlazahuates*
en las ingles

*tlazahuates: ácaros de los cafetales.

Jorge Moreno Bulbarela «Jor»

 

hojarasca –
en el cafetal
se revuelca una culebra

Cáscara de cigarra
prendida al tronco –
un chirrido en las frondas

Jorge Moreno Bulbarela «Jor»

Café de olla
El vendedor de pájaros
entre la niebla

Jaspe Uriel Martínez «Ajenjo»

Enero 2023

CONSTRUIR

Abandonada,
una silla de plástico.
Uno de enero.

DECONSTRUIR

Los comentarios del “Deconstruir” de este mes bien podrían llevar, conjuntamente, el título de “El haiku y la belleza”, un buen tema para una sabrosa charla.

Estamos habituados, en el canon literario occidental, a asociar poesía y belleza, no obstante reconocidas voces heterodoxas de ciertos poetas (Arthur Rimbaud, Gottfried Benn y otros). En el haiku japonés no se asocian ambas realidades. En este sentido, como en varios otros, el haiku es, ni más ni menos, “antipoesía” o, en términos más concretos, es la poesía de la vulgaridad, de la fealdad, de la frivolidad, de la obscenidad, hasta de la suciedad (y que los kami me perdonen). O, mejor dicho, el haiku puede representar todo eso, y, sin embargo, seguir siendo haiku.  Al haiku del humor, por otro lado, lo encasillamos en el subgénero del senryū.

Pongamos el ejemplo de “Construir” de este mes de enero. El día 1, el día más auspicioso del año si los hay, al pasar al lado del patio de una casa abandonada, reparé en una silla de plástico tirada en el suelo. Todo en el patio sugería descuido, fealdad, suciedad. Y el plástico, material cada vez más denostado por cuantos tenemos responsabilidad ecológica, hasta había perdido su color blanco por haber estado largo tiempo a la intemperie. Saqué una foto de la escena porque “reparé” en esta fea silla.

Y me hice vidente, y compuse estos versos. ¡«Nada menos adecuado para empezar el año, un uno de enero, que un haiku semejante», puede pensarse! Y, con razón, tal vez, pero el haijin no conoce adecuaciones a la artificiosidad de tiempos, calendarios y festividades. El haijin es espontáneo e inocente.

Un ejemplo opuesto. He esperado varios días para disponer de él en versión gráfica. Es la escena de una hermosa puesta de sol en una playa de la costa gaditana donde estoy pasando estas fechas de Reyes. 

¡Qué bonita puesta de sol! ¿verdad? ¿A qué merece un haiku? No estoy de acuerdo. ¿Por qué va a merecerlo? ¿Porque evoca belleza? ¡¡¡ No es razón digna para un haiku, señor mío!!!  Es mi opinión, claro está.

El haiku de esta bonita escena de la playa y las nubes podría ser algo como este:

Al infinito
el sol que declina.
Tarde de enero.

 Lo siento por si a algún amable lector de El Rincón hallara agrado en este haiku, pero yo prefiero mil veces el haiku de la silla, el  haiku que evoca fealdad.  La fealdad transfigurada, claro está, con la varita mágica de la inspiración, iluminada por el destello de un no sé qué. Y, expresado con inocencia. Esto es el haiku.

Si no, ahí están los maestros. ¿Es que Bashō vio algo bello en una vulgar rana que saltaba en un viejo estanque o en las encías frías de un pez muerto? Sin embargo, ¡qué sublimes haikus compuso sobre uno y otro motivo.

Adjunto fotos de una y otra escena: de la bonita (la puesta de sol sublime) y de la fea (la sucia silla de plástico tirada en el suelo). Feliz año a los lectores de El Rincón del Haiku.

Haiku-Dō Medellín, breve historia

La semilla de Haiku-Dō Medellín se sembró a mediados del año 2009, cuando los practicantes de Montaña de Silencio, un grupo de meditación zen en Medellín organizó el primer Hana Matsuri, un festival de cultura japonesa que contó con la presencia del escritor y haijin japonés Ban’ya Natsuishi. Con él se tomó la decisión de realizar en el 2013 la VII Conferencia Internacional de Haiku de la Organización Mundial de Haiku en la ciudad de Medellín. Este evento contó con la participación de varios haijines internacionales y un nutrido grupo de escritores y aficionados colombianos al haiku.

En el 2015 tuvimos la fortuna de recibir por primera vez a Vicente Haya en nuestra ciudad. Después de este encuentro extraordinario, un grupo de entusiastas de Medellín comenzó a reunirse de manera regular en las instalaciones del Parque Explora, que abrió sus puertas y los acogió desde entonces. Poco a poco, y gracias a la conectividad virtual, ahora nos acompañan en nuestras reuniones quincenales personas que habitan en otras ciudades de Colombia y en otros países.

Durante la 3° visita de Vicente Haya a Medellín, en el año 2019, se realizó el lanzamiento del libro Los cuatro elementos, una selección de haikus escritos por más de 70 haijines de 13 países hispanoamericanos. Un trabajo colaborativo que puso en contacto a escritores y grupos de España, Argentina, Cuba, entre otros.

Después de los dos años de distanciamiento y quietud que nos impuso la pandemia del Covid19, paso a paso, hemos recuperado la dinámica de nuestros encuentros periódicos y el entusiasmo con el proceso de reducación de nuestra percepción a la que nos invita nuestro maestro Vicente Haya.

El haiku no es solo una forma de escritura literaria, no es exactamente un estilo de poesía… Lo es, pero al mismo tiempo, lo natural es leer y escribir haiku como gotea la lluvia en esta tarde de octubre sobre el trajín de Medellín.

 

 

lluvias de octubre…

el canto de la soledad*

en mi ventana

 *Momutus momota aequatorialis

 

 

 

 

 

mediodía…

pinta de oro la avenida

un guayacán

(Diente de León)

 

 

 

Foto, Flores de guayacán,  Juan F. Jaramillo

 

Enero 2023

INTRODUCCIÓN

Ciertamente el haiku más famoso de Bashô es el del salto de la rana; sin embargo, se ha dicho de él que no es el más bello ni el mejor y, pese a las explicaciones de Donald Keene y Rodríguez-Izquierdo, sigue siendo un haiku de difícil asimilación.

   En esta serie iré presentando diferentes temas relacionados con Matsuo Bashô, su célebre poema, su estética y su convivencia con otras tendencias, desde una perspectiva que se ubica en mi circunstancia.

UN HAIKU DE DIFÍCIL ASIMILACIÓN

 Al abrigo de las paredes neoclásicas del palacio del conde de Buenavista, los preparatorianos de “la 4 de Puente de Alvarado”, tuvimos conocimiento de esos diminutos poemas que los japoneses suelen colgar de las ramas del ciruelo o del cerezo, según dice Fukuyiro Wakatsuki; nos extasiamos frente a la montaña súbitamente iluminada por la luna, nos fundimos en la sombra del cuervo que se posa al oscurecer; pero, quedamos desconcertados ante el salto de la rana:

furuike ya

kawazu tobikomu

mizu no oto

 

El estanque antiguo.

Salta una rana.

El ruido del agua.

(Trad. Donald Keene)

¿Y eso qué significa? Nos preguntábamos mentalmente. Ya en el pasillo, brotaban los comentarios: “es una simpleza”, “no dice nada”. No hallábamos “el mensaje que todo poema lleva en su interior”.

   El Maestro José Muñoz Cota, en su clase de Literatura, nos dio a conocer también la obra de Tablada, el introductor de la poesía japonesa en México. El propio Maestro, hombre de letras, utilizó la estrofa 5-7-5 en poemas largos, repletos de metáforas, entre ellos, el Tanka olímpico. Aún estaba en vigencia el paradigma del “álgebra superior de la metáfora”.

   Tres años más tarde, Nuria Parés, en el prólogo de El haiku japonés (1966), confirmó públicamente lo que se comentaba en privado del poema de la rana: suena en nuestros oídos tan solo como la constatación de un hecho trivial. Y, páginas más adelante, al reconocer las dificultades para traducir una poesía que juzga tan distante de la nuestra, justifica la alteración que de ella se hace al añadirle, lo que llama, “los valores a que está acostumbrado el lector occidental”. Da esta versión:

A la fuente vieja

salta, veloz, la rana:

el agua suena.

   En el mismo prólogo, Nuria Parés nos dice que en el caso del haiku hay dos artes gemelas: la composición y la lectura. En cuanto a nosotros, lo digo por los hispanohablantes, habría que añadir una tercera: la de la traducción.

Se entiende, pues, que no hay traducción exacta porque, al traducir un haiku, se le desgaja de su entorno. Se traducen las palabras del texto, pero no el contexto, y esto ocasiona que se pierda de vista el sentido, o sea, el subtexto.

En el caso de la rana, Donald Keene y Rodríguez-Izquierdo explican el contexto poético. Roland Barthes, perito en signos, con un gesto que haría repetir a Ortega y Gasset su catilinaria de Defensa del teólogo frente al místico, atisba un cese del lenguaje, como veremos más adelante.

   A continuación, presento los haikus que superan al del salto de la rana en asombro, en poesía, en sugestión, en impacto, en ingenio, pero que no tienen esa importancia crucial que menciona Rodríguez-Izquierdo.

EL MÁS ASOMBROSO

Al escuchar por primera vez, en el aula, esas palabras:

Las cimas de las nubes

se desmoronaron…

La montaña iluminada por la luna.

 

Traducción que Donald Keene da a:

kumo no mine

ikutsu kuzurete

tsuki no yama

Tuve la sensación de estar por el rumbo de Orizaba, contemplando montañas de nubes que se apartaban para dar paso al volcán, soberano de esas tierras. Tiempo después, ya de adulto, al leer la versión de Sendas de Oku, de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya, qué sorpresa llevé al enterarme que Bashô subió al Monte Gassán o monte Lunar, que llegó a la cima al anochecer y se acostó sobre hojas de bambú. El Maestro no contempló la montaña, estuvo en ella. Vio los picos de las nubes y, de pronto, la luna en la montaña.

La negatividad en la estética japonesa: Una presentación

Yasunari Kawabata (1899-1972) fue el primer ganador japonés del Premio Nobel de Literatura. En su discurso de aceptación de ese premio ante la academia sueca hizo un elogio a la estética propia del Japón, a la particular sensibilidad que él veía como singular en su idiosincrasia.

En primavera, flores de cerezo;
en verano, el cuclillo.
En otoño, la luna, y en invierno, la nieve fría y transparente.
Luna de invierno, que vienes de las nubes a hacerme compañía:
el viento es penetrante, la nieve, fría.[1]

Con este poema del monje Dôgen (1200-1253) Kawabata empieza una reflexión acerca de esta sensibilidad japonesa que siempre está orientada hacia una relación directa con la naturaleza y lo inmediato, pero también que pretende presentarla en el arte de una manera sencilla, directa, y aun así elegante. Resulta especialmente interesante – como lectores occidentales – la comprensión de los fundamentos filosóficos de esta sensibilidad. La pista que Kawabata nos da en este texto radica en la concepción particular que se tiene en Japón de la negatividad, que debe entenderse de una manera muy diferente a los conceptos negativos occidentales, y que tiene un profundo arraigo en tradiciones filosóficas y religiosas de las culturas del extremo oriente desde muy temprano.

Dicho mal y pronto, el pensamiento occidental es un pensamiento de la presencia. El fundamento de la existencia de cada cosa lo buscamos como un “algo” que debe estar en algún lugar. Lo que hace que una cosa sea lo que es, radica en una esencia o forma (Platón las llamaba “ideas”) que configura un ente y le da existencia e identidad en el tiempo. En general el pensamiento occidental ha consistido, por muchos siglos, en la búsqueda de ese tipo de fundamentos; y esa manera de pensar ha quedado en nosotros hasta el día de hoy. Cuando estamos frente al mundo natural que captamos por nuestros sentidos, percibimos que hay en ellos cambio y mutación, y nos preguntamos qué hay en las cosas que permanezca estable. Nuestras representaciones y nuestro arte constantemente nos llevan hacia la abstracción; al intento de captar ese ser constante en nuestra mente ya que no podemos hacerlo con los sentidos. Así, nuestra relación sensible con las cosas suele estar mediada por ideas abstractas que, creemos, nos llevan a ese auténtico ser que se esconde detrás de las impresiones que obtenemos con nuestros sentidos. Queremos llegar a las cosas “en sí mismas” y para eso las tenemos que objetivizar: pensarlas como objetos que se presentan ante sujetos, que desde sus capacidades racionales pueden llegar a conocer lo propio de cada ser. Para eso el “sujeto” debe purificarse de sus opiniones, creencias, emociones, y hasta de su propia situación en el espacio y la historia, en otras palabras, de su cuerpo.

¡Qué alejado de esto se muestra el poema de Dôgen presentado por Kawabata! Esa sencillez no busca desenmascarar una esencia, tampoco hacer uso del ingenio para jugar con nuestras facultades racionales (como diría la estética de Kant). Una de las palabras de más profundo significado en japonés es kokoro (心), que suele traducirse como “corazón”, pero que también refiere a la “mente” y el “espíritu”. Mientras que el racionalismo occidental separó al logos (la razón) de las emociones, sensaciones y otras vivencias corporales (al considerarlas como lo “animal en el ser humano”)[2], en Japón tal separación no existía, y el ser humano se pensaba íntegro, en su capacidad de pensar y de sentir. Sin abstraer y separar una razón de una vivencia emocional y corporal, las cosas del mundo sensible dejan de ser pensadas como evocaciones de otras presencias más reales e imperecibles. En su lugar, éstas son confrontadas como una aparición instantánea que toca los sentidos y mueven el kokoro. Aware (哀れ) es el término japonés que señala esa sensibilidad abierta hacia las cosas del mundo, ese “corazón abierto” que es capaz de conmoverse por las diez mil cosas[3]. No se busca una “presencia” oculta, sino que es la espontánea manifestación del mundo aquello que nos conmueve. Y así, más que “elevar la razón a través de los sentidos” la estética japonesa pretende abrirnos los ojos para contemplar los infinitos detalles de la naturaleza sensible. De esta manera, el poema de Dôgen, lejos de ser una enumeración de elementos naturales que asociamos a las estaciones, nos pone frente a escenas que activan nuestra emoción y nos conmueven.

Cuando hablamos de negatividad en el pensamiento japonés debemos desterrar la comparación con la idea occidental de “nada”. No se trata de pensar una presencia y luego negarla. No queremos quedarnos con una mera negación. Kawabata nos dice:

El discípulo Zen permanece durante horas sentado, inmóvil y silencioso, con los ojos cerrados. Pronto llega a un estado de impasibilidad, sin nada en qué pensar, sin nada que evocar. Va borrando su yo, hasta alcanzar la nada. Ésta no es la nada ni el vacío, según el concepto occidental. Por el contrario, es un cosmos espiritual donde todo se intercomunica, trascendiendo fronteras, sin límites espaciales ni temporales[4].

La “nada” a la que hace referencia Kawabata (mu, 無) es un término que refiere a la inesencialidad de todo lo que vemos. En otras palabras, si buscamos tras las apariencias sensibles una esencia, lo que encontramos es nada o vacío. Sin embargo, el hecho de que las cosas se manifiesten significa que esa nada, lejos de ser solo negación, es la potencia activa de aparición de todo. Por eso, lejos de buscar una presencia oculta, el japonés sensible, se abre a la singularidad de su encuentro con las cosas. Cada sensación, cada emoción, no es propia del sujeto que la experimenta, ni del objeto que la provoca, sino que es una aparición única y espontánea del instante en que se da ese encuentro. La negatividad, entendida de esta manera, supone una liberación (tal y como lo pretende la doctrina budista) del esquema sujeto-objeto, y borra la exigencia de encajar cada impresión en el régimen de tal conocimiento objetivo. La negatividad nos permite disolver los apegos y estructuras propias del pensar cotidiano, para abrirnos a que cada experiencia inaugure algo único e irrepetible: un algo que no es persona o cosa, sino una aparición propia y singular.

Iré al otro lado de la montaña
¡Ve allí también, oh luna!
Noche tras noche
nos haremos compañía

 Si mi corazón puro brilla,
la luna piensa
que esa luz le pertenece.

 Oh brillante, brillante,
oh brillante, brillante, brillante,
oh brillante, brillante.
Brillante, oh brillante, brillante,
brillante, oh brillante luna.

Estos tres poemas del monje Myôe (1173-1232) provocan en Kawabata la siguiente reflexión:

Las treinta y una sílabas de cada poema, inocentes y sinceras se dirigen a la luna, más que como compañera, como amiga, como confidente. Viendo a la luna, el poeta se convierte en la luna; la luna, vista por el poeta, llega a ser el poeta. Al sumergirse en la naturaleza, forma un todo con ella. Así, la luz del corazón puro del monje, mientras medita en el Pabellón durante la oscuridad que precede al amanecer, se transforma para la luna del amanecer en su propia luz.

Esa es la libertad de esta concepción de la negatividad, lejos de pensar en la “identidad” de la Luna o del sujeto-poeta, el poeta puede devenir Luna y la Luna poeta. Ya no son dos seres, los poemas capturan la aparición de esa transfiguración. El cuerpo del poeta, sus sentidos son espacios que se abren a ese devenir, y es el kokoro el que se moviliza en esa experiencia.

Con esta breve reflexión podemos empezar a vislumbrar este tema fascinante. Abrirnos a la estética japonesa es abrirnos a una sensibilidad y una forma de pensar que nos resulta extraña, y aun así hechizante. Aún hay muchos más conceptos que abordar, mucho que investigar. Pero este hermoso camino nos entrega muchas delicias a cada paso.

[1] Kawabata, Yasunari. Dos ensayos (s.f.). Traducción de Ilia Sologuren. Ed. Virtual. https://es.scribd.com/document/235528879/Dos-Ensayos-de-Yasunari-Kawabata.

[2] Véase la metáfora platónica del alma como un carro tirado por dos caballos a quienes el conductor (el alma racional) apenas puede controlar; o la propuesta aristotélica de los tres tipos de alma, siendo el alma racional la única que es propiamente humana.

[3] Sobre el tema del aware consultar: HAYA SEGOVIA, Vicente (2002) El corazón del haiku: La expresión de lo sagrado. Madrid: Mandala. También:  KATO, Kazumitsu (1962) “Some notes on mono no aware”. En: Journal of the American Oriental Society”, Vol. 82, No. 4 (Oct. – Dec., 1962), pp. 558-559.

[4] Kawabata (s.f.)

Jeancarlos K. Guzmán Paredes
Pontificia Universidad Católica del Perú

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https://www.facebook.com/Jean.philosophie25

 

Enero 2023

¡Akemashite omedetou gozaimasu! ¡Muy Feliz Año Nuevo! Estoy dichosa de estar con ustedes un año más gracias al maravilloso equipo de El Rincón del Haiku; hermosa comunidad que ha reunido a tantos y tantos a través de los años, y en diversos países, en torno al amor por esta magnífica contribución poética nipona que es el haiku. Este 2023 continuaré presentándoles mes a mes, siguiendo el paso de las estaciones, haikus de Matsuo Bashou, y las inspiraciones en diversas obras clásicas que tomó al componerlos.

Comenzaré con un bellísimo poema de Año Nuevo que nos permitirá reflexionar, como de seguro lo hizo el maestro hace siglos.

La primera referencia la encontramos en la sección 19 del Tsuredzure gusa de Kenkou Houshi, zuihitsu ―crónica autobiográfica ensayística― del año 1331. En ella, el autor habla sobre el paso de las estaciones y las características que reflejan la belleza de cada una, tanto las naturales como las humanas. Al final de esta sección llega al periodo que abarca el fin del año viejo y comienzo del nuevo:

“Y así, viendo el nuevo año amanecer en el cielo, te conmueve una sensación de absoluta novedad, a pesar de que el cielo no se ve diferente al de ayer. Es también conmovedora la visión de los pinos de año nuevo bellamente decorando las casas por toda la avenida principal.”

Este “pino de año nuevo” al que se refiere Kenkou, es el “kadomatsu” 門松, literalmente, el “pino de la puerta”, que hasta el día de hoy se utiliza como decoración de Año Nuevo, colocándose en las entradas de los hogares y también de las empresas, tiendas e instituciones públicas o privadas. Se consideran “shintai” 神体, o sea, hogares temporales para las deidades, ya que las celebraciones de Año Nuevo tienen como función principal recibir al “toshigami” 年神 o “dios del año” que traerá abundancia y bendiciones. Y es este objeto, hecho en la antigüedad, de ramas de pino y actualmente también de bambú, el que Bashou toma como una de las inspiraciones para su haiku.

門松やおもへば一夜三十年

kadomatsu ya omoheba ichiya sanjuu nen

el pino de la puerta, si lo pienso esta noche son treinta años

Por otra parte, “ichiya” 一夜 o “una noche”, hace referencia a una leyenda que figura en el Taiheiki, gunki o crónica guerrera del año 1364, sobre Sugawara no Michizane, poeta y estatista que tuvo gran influencia en el trabajo de Bashou. Allí se menciona cómo tras la muerte de Michizane, en una noche crecieron mil pinos en Ukon no Baba, Kitano, Kyoto. Uno de los tantos sucesos sobrenaturales que dice la leyenda, ocurrieron tras su muerte, la cual sucedió lejos de la capital, en Dazaifu, por hechos injustos, según refleja la historia, y que llevaron a deificar a Sugawara no Michizane como Tenjin, el dios de la sabiduría.

Bashou compuso este haiku en 1677, año en que, se dice, decidió convertirse en haijin profesional, a la edad de 34 años. Si consideramos el kadomatsu, que representa la festividad del cambio de año y la noche de la leyenda de Sugawara, se comprende que Bashou haya querido conmemorar su cambio de rumbo y la edad en la que lo estaba haciendo, con este haiku.

Y así como Bashou reflexiona sobre su vida pasada y futura, estoy segura de que todos lo hemos hecho en estos días. Quiero aprovechar de desearles a todos y cada uno de ustedes que este 2023 sea un año pleno, lleno de bendiciones, y agradecerles desde ya su compañía en este camino de aventuras de la mano de un gran viajero, Matsuo Bashou.

Haiku 47

47  

肘白き僧のかり寢や宵の春

Hiji shiroki sou no karine ya yoi no haru

 El brazo blanco
de un monje en su siesta-
atardecer de primavera.

Desglose:

 肘 [hiji: codo], 白き[shiroki -actual shiroi 白い- : blanco], 僧 [sou: monje budista], の[no: partícula], かり寢[ karine: siesta], や[ya: partícula], 宵 [yoi:] の [no: partícula], 春 [haru: primavera]

Comentario y notas culturales:

 Un haiku sin verbo. Elegancia del haijin y atención al detalle, a aquello que suele pasar desapercibido para el corazón insensible. Sugerente y sobrio, sin adornos y en el juego tácito de los complementarios luz (blanco) y oscuridad (negro).

 

 

Diciembre 2022

CONSTRUIR

Se fue noviembre.

Ajenos a la belleza,

los cables de la luz.

DECONSTRUIR

  La conjunción de belleza e indiferencia hacia esta no es infrecuente en el haiku japonés. He aquí dos muestras de Issa Kobayashi, el haijin de los animalitos más humildes, y de Matsuo Bashō:

Dedemushi ya                   El caracol

Akai hana ni wa               ni una sola vez mira

Me mo kakezu                   a la flor roja

 

Kashi no ki no                    Poco le importan

Hana ni kamawanu        las flores del cerezo

Sugata kana                       al viejo roble

 

  En el paseo por la ribera del río Tajo, en Talavera de la Reina, abundan los días en que se pueden capturar puestas de sol maravillosas. Como la de la foto que adjunto en esta entrega para los amigos de El Rincón del Haiku. Al final de un paseo dado la semana pasada, cuando ya no se veía el río, sino casas, me tropecé con los cables y las torretas de la luz eléctrica, con unos alambres que cortaban el espectacular fuego de las nubes en el poniente. A alguien, podrían parecerle estúpida o inoportuna esta presencia (cables, torres, tejados), puesta ahí por el hombre. A mí se me antojó que, por el contrario, estos cables anónimos embellecían el paisaje. Y se me ocurrió la pregunta: ¿serían conscientes del bello paisaje que se mostraba a esa hora delante de ellos?  Con nuestro característico orgullo, los seres humanos tendemos a pensar que la apreciación de la belleza es patrimonio exclusivo de la sensibilidad humana. No lo sé. Y, desde mi ignorancia, asumiré que no, que los cables no podían apreciar la belleza de la puesta de sol. El caracol del haiku de Issa ni siquiera alza la vista para apreciar el color rojo de la flor; ni al viejo roble del otro haiku le importa mucho la belleza de las flores del cerezo.

    La mente fotográfica del haijin es sensible a este desinterés, a este mostrarse ajeno a la belleza, y, tal vez por esto mismo y de esta manera indirecta, oblicua, enaltece aún más la belleza de la flor roja, de las flores del cerezo, de una coloreada puesta de sol sobre el río.

    La oblicuidad del haiku me parece una herencia del waka clásico japonés, en el cual la expresión directa y hasta el uso de los adjetivos calificativos se consideraban de pésimo o, cuanto menos, de dudoso gusto.

Por eso, no digamos que la luna es hermosa, sino más bien, en formato de haiku:

 

Ya son las tres,

Me he levantado cuatro veces

A ver la luna.  

Justamente este fue el ejemplo que, hace dos semanas y para definir qué un haiku, di a los asistentes a una charla titulada “Cosmovisión japonesa en 17 sílabas” organizada en Pravia (Asturias) por la Asociación de Escritores Asturianos.

Siempre me quedará la duda: la belleza de aquella puesta de sol, ¿habría sido percibida por los cables de la luz? De lo que no hay duda es de que noviembre se fue.

 Certeza del paso del tiempo contra incertidumbre de los fenómenos del mundo. Juntos en un cuadro de colores de fuego.

HAIKU 46

46  

筋違にふとん敷たり宵の春

Sujikai ni futon shikitari yoi no haru

 Los futones en diagonal
para la habitación-
Atardecer de primavera

Desglose:

筋違 [sujikai: diagonal, oblícuo], に[ni: partícula], ふとん [futon: futón], 敷たり[shikitari: tamaño de la habitación], 宵 [yoi:] の[no: partícula], 春 [haru: primavera]

Comentario y notas culturales:

El futón es una tipo de edredón japonés. Las personas durante el período de Edo, especialmente los pobres, solo tenían un colchón relleno de shikubuton 団 き 布 団 o una especie de esteras tejidas para recostarse. En primavera cada uno en su futón, pero en invierno solía compartirse para obtener el calor del cuerpo ante unas temperaturas gélidas. Esto nos recuerda a estas 3 composiciones de Buson:

A.- 燭の火を燭に移すや春の夕

Shoku no hi wo shoku ni utsusu ya haru no yû

Encender un candil
con otro candil-
noche de primavera.

 

B.- 等閑に香たく春の夕かな

Naozari ni kô taku haru no yûbe kana

Con indiferencia
quemo el incienso-
atardecer de primavera.

 

C.- においある衣も疊まず春の暮 

nioi aru kinu mo tatamazu haru no kure

La ropa perfumada
aún sin doblar-
atardecer de primavera.