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Octubre 2021

Este mes abordaremos un bello haiku de otoño, inspirado en un waka del período Heian.

El Ise monogatari es considerado el primer “uta monogatari”, es decir, una antología poética cuya contextualización venía escrita en prosa. Aunque durante mucho tiempo se le atribuyó a Ariwara no Narihira (825-880) debido a su contenido, análisis posteriores, tanto lingüísticos como socio biográficos, concluyeron que, si bien parte del texto es de su autoría, hay también escritos pertenecientes a otros autores. Por esta razón es considerada en la actualidad una obra anónima.

En la sección 29, con motivo de su reencuentro con un antiguo amor, escribe el protagonista, durante una fiesta en un jardín, el siguiente poema:

花にあかぬなげきはいつもせしかどもけふの今宵に似る時はなし

hana ni aka nugeki wa itsumo seshika domo kefu no ima yohi ni niru toki wa nashi

nunca suficientes flores, ni tiempo para contemplarlas, pero como esta noche no hay otra

El autor siente que en esa noche, más que ninguna otra, se percibe el lamento de no poder observar eternamente las flores.

Este poema aparece también compilado en el segundo rollo de primavera del Shin Kokin Wakashuu, la octava antología imperial, bajo la autoría de Ariwara no Narihira.

El poema de Bashou aparece en el compilatorio Zoku renju de su maestro Kitamura Kigin, poeta y clasicista de principios del período Edo. El haiku se considera parte de una serie de 10 que Bashou compuso en la zona de Iga Ueno cuando tenía entre 18 y 29 años de edad.

けふの今宵寝る時もなき月見哉

kefu no koyohi neru toki mo naki tsukimi kana

hoy de nuevo sin tiempo para dormir contemplando la luna

Si bien podemos apreciar la luna durante todo el año, ya desde tiempos del Manyoushuu primera antología de poesía autóctona japonesa (año 759)― se consideraba un tópico de otoño  que provocaba sentimientos de melancolía.

Es interesante que al tomar el último verso del poema de Narihira y agregarle el “tsukimi” o contemplación de la luna, Bashou lo mueve de estación, de primavera a otoño. Pero sin importar la estación que sea, así como Narihira quería contemplar las flores por siempre, nosotros podemos disfrutar eternamente de la poesía japonesa.

Poetas en el camino: Bashô

                   En el otoño de 1694 moría en Osaka, en casa de una florista, el poeta más grande de Japón: Matsuo Bashô, aquel que, ante el primer chubasco, sentía la imperiosa llamada del camino y sólo quería ser llamado “viajero”.  Al iniciar su diario Oku no hosomichi, el sendero estrecho del fin del mundo, traducido por Octavio Paz y Eikichi Hayashiya como Sendas de Oku, Bashô nos transmite bellamente su impaciencia: “Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y su casa misma es viaje. Entre los antiguos, muchos murieron en plena ruta. A mí mismo, desde hace mucho, como girón de nube arrastrado por el viento, me turbaban pensamientos de vagabundeo. Después de haber recorrido la costa durante el otoño pasado, volví a mi choza a orillas del río y barrí sus telarañas. Allí me sorprendió el término del año; entonces me nacieron las ganas de cruzar el paso Shirakawa y llegar a Oku cuando la niebla cubre cielo y campos. Todo lo que veía me invitaba al viaje; tan poseído estaba por los dioses que no podía dominar mis pensamientos; los espíritus del camino me hacían señas y no podía fijar mi mente ni ocuparme en nada. Remendé mis pantalones rotos, cambié las cintas a mi sombrero de paja y unté moka quemada en mis piernas, para fortalecerlas. La idea de la luna en la isla de Matsushima llenaba todas mis horas. Cedí mi cabaña y me fui a la casa de Sampu, para esperar ahí el día de la salida…”

             Será el último gran viaje del poeta, realizado entre 1689 y 1690, acompañado inicialmente por su discípulo y amigo Sora. En el relato hay melancolía, sentimiento de fugacidad: “La imagen de los ramos de los cerezos en flor de Ueno y Yanaka me entristeció y me pregunté si alguna vez volvería a verlos”; “Cuando llegamos a la bahía de Shiogama, tañían las campanas del crepúsculo repitiéndonos que nada permanece”. Hay también cierto consuelo al ver aún erguido un “templo de luz” desgastado por el viento, la escarcha y la niebla. Y anécdotas tiernamente humanas, como su encuentro con el pintor Kaemon, improvisado y gentil guía por los lugares famosos que mencionan los antiguos poetas: “Después de orar en el templo de Yakusi-yi y en el santuario de Tenjin, contemplamos la puesta de sol. El pintor me regaló pinturas de paisajes de Matsushima y también, como despedida, dos pares de sandalias de cordones azules. Su gusto era perfecto y en esto se reveló tal cual era”. Hay, sobre todo, asombro. Deslumbrado por la belleza del paso de Shirakawa, Bashô confiesa: “Imposible pasar por ahí sin que fuese tocada mi alma…”

          Las notas de un viaje anterior a Sarashima revelan el mismo impulso: “ver la luna sobre el monte Obasuté, he aquí lo que con insistencia me sugiere el viento de otoño, cuyo soplo agita mi corazón, y compartiendo el gusto por el viento y por las nubes, va conmigo aquel que tiene por nombre Etsujin”. La dureza de unos parajes tan indómitos aviva la conciencia de su viaje interior: “El sentimiento de Buda —me digo— cuando se digna dirigir sus ojos sobre el mundo miserable de los vivientes, debe ser parecido al que yo siento, y la idea de impermanencia y de inminencia se impone en mí en un repentino retorno sobre mí mismo: esto es tanto como decir que en el paso aullante de Awa no hay ni olas ni vientos…”

        El camino es poesía. La poesía es camino. Cada paisaje, cada vivencia, cada movimiento queda reflejado en el poema que, al acabar la jornada, surge a la luz de la lámpara, pero sabe que “el haikai no está en la letra, sino en el corazón”. Bashô -nos recuerda Marguerite Yourcenar- “es quien, tal vez más que cualquier otro hombre, vive en la eternidad del instante”. Una noche, falto de inspiración, se consuela escuchando a un monje que le describe los lugares de peregrinación que visitó en su juventud, y se anima: “El claro de luna que me había distraído se desliza entre los árboles y por las grietas del muro, aquí y allí se elevan ruidos de palmadas y gritos para espantar a los gamos. En verdad, toda la melancolía del otoño se despliega en estos lugares. ‘¡Y bien, en honor de la luna, bebamos saké!’, dije, y nos trajeron las copas…” Como escribía Octavio Paz, vida y poesía son “dos realidades unidas, inseparables y que, no obstante, jamás se funden enteramente: el grito del pájaro y la luz del relámpago”. No está claro, pero se dice que Bashô se despidió del mundo con este último poema de adiós:

enfermo en el camino,
vagabundean mis sueños
por el páramo seco

***

Septiembre 2021

CONSTRUIR

Rasca el asfalto
en mitad de la noche
una hoja seca.

DECONSTRUIR

Lo compuse la otra noche (concretamente la madrugada del 24 de agosto) al sentir el sonido áspero de algunas hojas secas, de esas que cansadas del calor al final del verano, deciden desprenderse de la rama y caer prematuramente para disolverse en la naturaleza, empujadas por alguna suave ráfaga de viento. Me conmovió su sonido, rasposo, misterioso, obstinado, que agrandaba el misterio de la noche. Y no perdí tiempo en encender la luz de la mesita de noche y pergeñar por escrito la impresión que a la mañana siguiente ordené en forma de haiku. En realidad, la hoja u hojas no rascaban el asfalto –esta es una palabra urbana– sino el suelo empedrado de la parte de atrás de mi casa de campo. Escribir, sin embargo, “empedrado” me parecía un término poco adecuado y sentía que rompía el ritmo; esa sílaba de “dra” no me gustaba nada. A riesgo, pues, de no ser fiel a la experiencia vivida, elegí el de “asfalto” que, además, me daba las cinco sílabas del primer verso.  Las mentiras de los poetas.

   Pero de lo que yo deseaba escribir en la entrega de este mes es acerca de un principio más, el sexto, de la lista de cualidades a las que, según el ideario de Matsuo Bashō, debe ajustarse el haiku.  El pasado mes fue el de inspiración poética. Hoy, toca el de resonancia o eco. Este principio, junto con el de fragancia y reflejo, son los tres que más contribuyen a hacer del haiku una verdadera poesía de la sensación, en oposición a la poesía del sentimiento o del intelecto, más favorecida por la tradición poética occidental. Los tres principios, esencialmente impresionistas,  hicieron las delicias de los poetas simbolistas y, poco después, de los modernistas de Europa y América Latina cuando, deslumbrados, descubrieron el haiku allá a fines del siglo XIX y comienzos del XX.

   La resonancia es la capacidad del haiku de crear un eco, de sugerir un sonido. Este efecto sinestésico tiene una larga tradición, creo, en muchas tradiciones poéticas del mundo. Pensemos solo en los versos tan musicales de Rubén Darío. Dicen que Virgilio se distinguía por la musicalidad de sus versos. Lo que tiene de especial la resonancia del haiku es, por un lado, su protagonismo en un poema de diecisiete sílabas; por otro, la mágica capacidad para sugerirle al oído la ausencia del sonido, el silencio.  El célebre haiku del salto de la rana de Bashō a mí personalmente me impacta no tanto por la acústica de su tercer verso (“ruido de agua”, mizu no oto), sino por el silencio que preludia el repentino salto de la rana en el viejo estanque, así como por las reverberaciones acústicas –también visuales en la superficie del agua– del sonido que lentamente va cesando hasta recuperarse el profundo silencio inicial.

    Voy a incluir tres haikus espigados de la antología de R. H. Blyth que me han parecido maravillosos por incluir en su brevedad este principio de la resonancia. Por ejemplo, este de Santōka:

Mizuoto to                                              Acompañado

Issho ni sato e                                        del sonido del agua,

Orite kite                                                 bajé a la aldea.

¡Qué sencillez de poema, y qué buena compañía la del poeta!

Los otros dos son de Buson. El primero también tiene como escena la noche, esa mágica bóveda que amplifica cualquier sonido.

Yomosugara                                 Toda la noche    

Oto naki ame ya                          sin un sonido, excepto

Tane dawara                                la lluvia en la paja

“Paja” es la traducción libre de los sacos de la cáscara del arroz que los campesinos dejaban en los arrozales al final del verano.

O este magnífico de un ciervo en un día lluvioso:

Mi tabi naite                                   Baló tres veces

Kikoezu narinu                              y ya no se le oyó más,    

Ame no shika                                 al ciervo en la lluvia.

Dice Makoto Ueda que la resonancia se presenta cuando el ánimo del poema se encuentra más activo, inquieto, mientras que la cualidad de fragancia –de la que escribiré en mi próxima entrega– tiene como objeto una atmósfera en profundo sosiego. No hay, pues, contradicción entre ambos principios. De hecho, el ruido de la hoja seca no me hubiera llamado la atención de no haber sido por la calma profunda de esa noche de agosto.

 

Haiku 31

燈をカで人あるさまや梅が宿

Hi o okade hito aru sama ya ume ga yado

No hay luz
pero alguien está dentro-
la casa del ciruelo.

Podemos desglosar este poema según su punto de vista gramatical y contextual:

燈 [hi: luz, lámpara], 置カで[okade: forma negativa de poner, colocar, dejar],  人[hito: hombre, persona], ある[aru: ser, tener], さま [sama: estado, apariencia; también forma de respeto propia del lenguaje honorífico –sonkeigo- que se emplea después del nombre de una persona. Implica respeto y su uso es obligatorio en diversas circunstancias sociales. Enfatizan la distancia social o la diferencia de rango.  Actualmente, se emplean formas como “san”, “shi”, etc. Para los niños, de forma coloquial se utiliza “chan”]. や[ya: partícula], 梅[ume: ciruelo], が[ga: partícula], 宿[yado: casa, posada, alojamiento].

Sin duda, la importancia del tono y aquello que “no hay, no existe todavía” y la técnica de yuxtaposición dominan el poema (luz, oscuridad, la nada y la presencia, la fugacidad del ciruelo y la presencia de la casa).

Septiembre 2021

Este mes les traigo un hermoso haiku de Bashou, que tiene su inspiración en un clásico del período Heian: el Makura no soushi de Sei Shounagon.

Sei Shounagon era hija de Kiyohara no Motosuke, erudito y poeta, y nieta de Kiyohara no Fukayabu, otro gran poeta de la época del Kokin Wakashuu.

Sirvió en Palacio como dama de compañía de la Emperatriz Teishi, y creó el estilo «zuihitsu», crónica autobiográfica ensayística con su Makura no soushi o Libro de la almohada, el cual comienza con su visión de las cuatro estaciones y las características que ella más aprecia en cada una. Hoy nos centraremos con la que precisamente abre el texto que es Primavera y que he traducido así:

春はあけぼの。やうやう白くなりゆく山ぎはすこしあかりて、紫だちたる雲のほそくたなびきたる。

Haru wa akebono. Youyou shiroku nari yuku yamagiwa sukoshi akarite, murasaki dachitaru kumo no hosoku tanabikitaru.

La primavera es el amanecer. El cielo de medianoche, sólo por sobre las montañas del este se va poniendo un poco blanco, y allí las nubes son de un violeta un poco más rojo.

Las palabras claves de este poema, y que son las que Bashou toma para el suyo, son akebono (amanecer) y murasaki (púrpura o violeta).

曙はまだむらさきにほとゝぎす

akebono wa nada murasaki ni hototogisu

en el amanecer aún púrpura el cuco chico

Vemos de nuevo una combinación de significados, o también podríamos llamarle proceso, entre el poema original y aquel que lo inspiró. Sei Shounagon está refiriéndose a la primavera, sin embargo, el poema de Bashou habla del verano dado el uso del kigo “hototogisu” o cuco chico. También puede interpretarse como una transición, en la que todavía queda algo de la primavera en las nubes, pero aun así el canto del cuco chico nos indica la llegada de la estación estival.

Existe, además, otra relación literaria, y es que, supuestamente, Bashou compuso este poema cuando visitaba Ishiyama-dera donde se dice que Murasaki Shikibu compuso parte de su Genji monogatari. Ahora bien, algunos estudiosos dicen que, en realidad, esa relación se creó para fomentar el turismo, sobre todo dado que la cita es del Libro de la almohada.

Septiembre 2021

La luna llena
No importa a donde vaya,
el cielo me es ajeno

– Chiyo-ni
(Tradc. Vicente Haya)

 

«11. Afirmar la igualdad y equidad de género como prerrequisitos para el desarrollo sostenible y asegurar el acceso universal a la educación, el cuidado de la salud y la oportunidad económica.

  1. Asegurar los derechos humanos de las mujeres y las niñas y terminar con toda la violencia contra ellas.
  2. Promover la participación activa de las mujeres en todos los aspectos de la vida económica, política, cívica, social y cultural, como socias plenas e iguales en la toma de decisiones, como líderes y como beneficiarias.
  3. Fortalecer las familias y garantizar la seguridad y la crianza amorosa de todos sus miembros.»

(de la Carta de la Tierra)

Agosto 2021

CONSTRUIR

Un tomate
escondido en la mata.
Acecha el mundo.

DECONSTRUIR

Entretengo las mañanas del verano cultivando un pequeño huerto. Y estos días de finales de julio, aquí en la sierra de Gredos de tierras frescas donde paso el verano,  han empezado a madurar los primeros tomates. Redondos, rojos, limpios, lisos. Regalos para la vista.  Como son los primeros de una cosecha largamente deseada, concedo particular atención a cada uno de ellos. Estoy feliz de que uno de ellos, por ejemplo el que cogí de la mata esta mañana temprano, me haya servido como motivo de inspiración para estos torpes versos que presento a la amable atención de los lectores de El Rincón de Haiku.

  Pues de inspiración quiero escribir hoy algo.

  El principio de inspiración poética es el quinto, recomendable para componer un haiku según el ideario de Matsuo Bashō (un ideario nunca escrito por el maestro pero sí formulado por sus discípulos directos). De los cuatro anteriores principios ya traté en entregas precedentes.  La idea de la inspiración es la responsable directa de la maravillosa brevedad del haiku, con sus diecisiete sílabas, por la sencilla razón de que los instantes de inspiración no se pueden sostener largo tiempo y el tiempo, en poética, se mide en sílabas. El haiku solo requiere presentar imágenes concretas en un mínimo de palabras. No es necesario comentar las relaciones de las imágenes entre sí –por ejemplo, del tomate con la mata o con el mundo–, pues hacer tal cosa sería precipitarse en el abismo tentador de la lógica, y la lógica, que es un proceso intelectual, es la antítesis de la inspiración poética.

     Para Bashō –sigo las explicaciones de Makoto Ueda en el artículo citado hace cuatro o cinco entregas– la inspiración poética se produce en dos fases: una perceptiva y otra expresiva. En primer lugar, se produce la percepción instantánea que el poeta realiza de la esencia de un objeto o de una situación. En segundo lugar, tiene lugar la espontaneidad del poeta para registrar tal percepción en el formato del haiku. En la primera fase, tocamos una de los eslóganes de la escuela de Bashō: «el objeto y el sujeto, una cosa (butsuga ichinyō)» que el maestro explica en el siguiente pasaje del libro de Dohō:

Cuando el maestro dijo «si hablas del pino, aprende del pino; si hablas del bambú, aprende del bambú», quería decir que se debe desechar todo deseo o intención personal. Sin embargo, algunos interpretan la palabra «aprender» a su modo y así nunca «aprenden». «Aprender» significa entrar en el objeto, percibir su vida delicada, sentir sus sensaciones y, a partir de esa triple experiencia, dar forma al poema. Aunque el poeta exprese claramente el objeto, si su emoción no brota directa y naturalmente del objeto, objeto y sujeto estarán divorciados y la emoción carecerá de verdad poética (makoto). El resultado será artificio verbal derivado de simple deseo o alarde personal (Citado por Haruo Shirane en Early Modern Japanese Literature, Nueva York, Columbia U.P., 2002, pág. 159).

En la segunda fase, la fase expresiva, lo importante es reproducir adecuadamente la percepción en forma poética. La cualidad de instantánea es la que mejor la define. «Si vislumbras en un instante el alma del objeto, regístrala antes de que se evapore en tu mente», recomienda Bashō, que no escatima bellas imágenes para expresar esta espontaneidad fulminante: «Como el derrumbe de un gigantesco árbol, como lanzarse contra un formidable enemigo, como cortar una sandía, como morder una pera».

    En el siguiente poema del diario poético Senda hacia tierras hondas, parece verse cómo la chispa de la inspiración salta y taladra las rocas:

Todo está en calma.
Chirríos de cigarras
la roca horadan.

Es la inspiración poética. El tomate, el trivial tomate, cuya vida ha sido percibida por mí como central en el cosmos; sí, en el centro del cosmos, pese a la aparente  insignificancia de este objeto; en el centro desde su humilde posición en el fondo de la verde mata de mi pequeño huerto. Entrar en él, percibir su vida, sentir como él. Y la relación de este tomate con el cosmos, con el mundo, la he significado con la palabra de “acechar”. Pero una relación ambivalente: el tomate acecha al mundo y a la vez es acechado por él. El tercer verso, de hecho, registra la ambigüedad de tal relación. ¿Quién acecha a quién? No lo sé y tampoco importa. He disuelto la intrascendencia de la lógica y de la sintaxis en la personalidad rotunda de un objeto, de un tomate. Un simple tomate. En el centro del cosmos.

Agosto 2021

Este mes no nos enfocaremos en un verso del que Bashou hubiera tomado inspiración o influencia, como hacemos habitualmente, sino en un lugar en particular y en todo el peso de significado que éste conlleva. Me refiero a la playa de Suma, actual Prefectura de Hyogo, que ya desde tiempos antiguos era considerada un “uta makura” 歌枕. Estas consistían en palabras poéticas que hacían referencia, principalmente, a lugares famosos y a todo el significado de contexto literario que se les había atribuido desde tiempos del Manyoushuu, la primera antología imperial, allá por los siglos VII y VIII.

Suma es muy reconocida por los lectores de literatura clásica japonesa, ya que tiene un papel importante en el Genji monogatari de Murasaki Shikibu, considerada la primera novela del mundo. Uno de sus capítulos, el correspondiente al destierro de Genji, transcurre en esta playa. En él vemos su sufrimiento por verse obligado a apartarse de su vida en la capital imperial y de todos sus afectos. Para ejemplificar lo doloroso de esta situación he elegido los poemas de despedida de Genji y Murasaki no ue.

Genji:

生きる世の別れも知らず命かけ愛しあったよいついつまでもと

ikiru yo no wakare mo shirazu inochi kake aishi atta yoitsu itsu mademo to

sin saber que en este mundo existía la separación te prometí mi vida pero ahora veo el fin de ese voto

 

Murasaki no ue:

惜しくないわたしの命と引きかえにいまのお別れのばしたいもの

oshikunai watashi no inochi to hikikae ni ima no owakare no bashi tai mono

preferiría dejar esta vida mía si con eso pudiera detener aunque fuera un momento esta separación

Y Bashou, haciéndose eco del dolor generado por esta separación forzosa, y de cómo Genji la sufre en Suma, compone un haiku que se encuentra recopilado en su obra más famosa, el “kikou” o crónica viajera Oku no hosomichi:

寂しさや須磨にかちたる浜の秋

Sabishisa ya suma ni kachitaru hama no aki

¡Tristeza! Supera hasta Suma, playa de otoño.

Y así vemos como un lugar y su carga emotiva conmueven a través de los siglos los corazones sensibles.

Haiku 30

源八をわたりて梅のあるじ哉

Genpachi o watarite ume no aruji kana

Cruzando el río
en el ferry de Genpachi
la maestría de los ciruelos.

El primer Puente de Genpachi fue construido en 1939. Anteriormente, se utilizaba un barco para cruzar el río Ôkawa. El nombre de Genpachi proviene de un banco de arena llamado «Genpatsu», situado en mitad del río.

Sus dos orillas eran completamente opuestas: en el este un pueblo sencillo y tranquilo rodeado de ciruelos y cerezos; en el oeste las residencias de los funcionarios bajo el gobernador de Osaka, y el santuario de Tenmangû dedicado a Sugahara no Michizane (845-903) de quien hemos hablado en el haiku número 27.

Este hombre convertido en dios, compuso un famoso poema:

«Kochi fukaba nioi yokoseyo ume no hana aruji nashi tote haru o wasuruna»
«Durante la ausencia de vuestro «amo» en Kioto, no olvidéis florecer; enviadme vuestra fragancia a mi nueva residencia en Dazaifu… ¡flores del ciruelo ! cuando sopla la brisa primaveral desde el este». La leyenda dice que los ciruelos en su palacio de Kioto volaron hasta Dazaifu en Kyushu.

Buson pudo cruzar de este a oeste para visitar el Santuario de Osaka Tenmangû dedicado al amo de los ciruelos (Sugahara no Michidane); Si cruzó de oeste a este el río a Nakano para admirar las flores del ciruelo y él se sintió abrumado ante la visión de los ciruelos florecidos.

塊に笞うつ梅の あるじ かな

katamari ni muchi utsu ume no aruji kana

El maestro del ciruelo
golpea un grupo
con su bastón.